May the poems be the little snail's trail. Everywhere I go,
every inch: quiet record
of the foot's silver prayer.
I lived once. Thank you. It was here.
— Aracelis Girmay
Me siento a escribir con ganas. Es una mañana de verano. Vengo pensando y pasando por el cuerpo durante los últimos tres meses este tema de la vida como una performance. Tengo ganas de escribir y eso se agradece. En un ratito el sol va a comenzar a salir y durante el solsticio —en la iglesia de mi pueblo— va a entrar desde la puerta hacia el altar, pasando por cada una de las columnas, marcando la hora. "Antes las iglesias se hacían de otra manera", me cuenta el cura. "Con otra intención".
"Lo viejo funciona, Juan", leo y escucho por todos lados. Una frase que se puso de moda gracias a la serie del Eternauta. Está habiendo una vuelta hacia lo "viejo" porque a veces lo viejo se siente más análogo, más humano: usamos tipografías escritas a mano, volvemos a escribir cartas, compramos accesorios vintage, funcionan las publicidades que nos hacen sentir nostalgia, sacamos fotos con cámaras en vez de celulares, se organizan juntadas donde la gente se sienta a crear o a leer en silencio.
Para mí esto no es una novedad: sé que para vos, querida lectora, probablemente tampoco.
En la transformación a veces confusa y a la vez inevitable que están viviendo las redes sociales, está habiendo una especie de retraimiento — porque no queremos sentirnos ni expuestas ni vulnerables, ni tampoco queremos que nos vendan todo el tiempo. Lo cierto es que entrar hoy en día a las redes, a veces se siente peor que el "LLAME YA” de la televisión de los 90, donde te vendían hasta lo que no tenían con tal de crear esa urgencia: cursos, noticias alarmantes, mírame a mí, esta causa importa, pero también esta.
Me pareció tragicómico el video de una chica que decía: "paso varias horas de mi vida como una vaca lechera — con la diferencia de que en vez de sacarme leche, me sacan la atención". Nuestro cerebro no está diseñado para procesar tanta información: es normal sentirse un poco perdida, ansiosa, sin tener las ideas muy claras.
A veces temo caer en la repetición: creo que en casi todas estas cartas toco, de alguna u otra manera, este tema. En el último año, tomé la decisión de ser un poco menos crítica y menos impulsiva al respecto: me quedé más bien como espectadora, y sentí la necesidad yo también de esconderme. Hice un trabajo de hormiga para "curar" mi feed lo más posible: nada de cuentas de marketing, ni influencers de viajes, ni terapias alternativas ni cursos gratuitos para optimizar mis ventas. Sí a videos sobre diseño de jardines e interiores, algo de política, muchas recetas y cocinas, personas bordando, escribiendo, compartiendo el detrás de escena. Por momentos, me sentía algo hipócrita: claro, si el mundo fuese así de cozy y amable... sería una cosa, pero ¿no será esta cura de algoritmo un remedio temporal?

Necesité creer en un espacio más amable porque si no, no había chance de que yo me quedara: muchas personas que admiro y quiero de a poco van migrando, en búsqueda de espacios (como decía en la carta silvestre anterior) más genuinos y tiernos. Necesitaba tomar distancia porque —seguidores más, seguidores menos— me sentía bastante sola y no entendía muy bien cómo seguir mostrando lo que hago, hablar de cosas que me importan pero sin ofender, no crear más ruido pero ponerle voz a lo que hago. En fin, el mismo bucle mental de siempre.
Hice algunos cursos más, tomé sesiones individuales con profesionales del marketing, y me sentí lista para la aventura: tomé la decisión de comenzar un proyecto que hacía mucho había diseñado (Casa Poesía), cambié mi nombre de IG, abrí mi página nueva, armé un correo nuevo, compré un micrófono, contraté una secretaria, pagué para automatizar ciertos procesos, y mandé mi primer correo "promocional" para contar sobre las propuestas. Finalmente sentía haber encontrado un equilibrio y una distancia óptima. Una estrategia amable pero certera.
¿Qué pasó? Nada. El mundo no dejó de girar, algunas personas se fueron, otras se suscribieron. El taller de journaling fue bien, llegaron varias personas a mi cuenta. OK, fue la decisión correcta.
Justamente, no pasó nada. No había pulso. Y eso, para quienes somos creativos, ya sabemos lo que significa.
Sé que no soy la única: hay muchas conversaciones sobre la necesidad de crear espacios íntimos, del lujo que es estar offline, de querer escapar al bosque y no volver a abrir un mail nunca más — y aunque creo que todo esto es verdad, lo que más percibo y he aprendido en este proceso, es que necesitamos, deseamos y anhelamos ser auténticos, y eso es lo que muchas veces se pierde entre tanta performance y estrategia (incluso cuando se disfraza de marca personal, o estrategia consciente).
Con las noticias sobre la AI que puede "hacer una película" en pocos minutos — pero que la mirada de los personajes es aún algo que no logran perfeccionar, me acordé de la frase de la película Scarface: "The eyes, Chico, they never lie". Es posible que frente a lo que será (o ya está siendo) la próxima revolución tecnológica, la mirada (literal y metafórica) sea lo único que nos quede.
No quiero pensar en todo esto como un campo de guerra (aunque a veces se siente así) — pero me parece importante que reconozcamos nuestros deseos y actuemos acorde a ellos:
¿Qué queremos construir? ¿A dónde queremos poner nuestra mirada?
Cuando empecé —hace cinco años— con lo que fue Poesía Botánica, quería crear un espacio donde trabajar con y desde la Arteterapia y la escritura, poniendo el foco en la belleza. Incluso acompañé a varias personas a escribir sus libros, hice trabajos de copywriting, di talleres de escritura. Creé y colaboré con varios proyectos y personas maravillosas. Llegué a hacer todo eso porque tenía ganas, creía en lo que hacía. Casa Poesía fue mi último intento de que eso funcionara, aunque ya venía percibiendo que había algo que pedía cambiar.
Me tomé varios meses para observar: ¿será una excusa? ¿será miedo? ¿falta de constancia? Pero no.
Hace unas semanas, una de las personas que más admiro en esta world web, Cody Cook Parrott, volvió a Instagram (por un ratito, para volver a irse) y me alegré como si fuera un amigo que no veía hace tiempo.
Si hay algo de Cody que me inspira y me enseña, es a "pivotear" cuantas veces sea necesario. Con los años es más difícil no caer en la frustración, pero a la vez más fácil. Sé que parece una ironía, pero dentro mío no lo es: parece más difícil porque la sociedad nos invita a que —llegada una cierta edad— tenemos que tener todo solucionado, entonces la frustración es casi inevitable. Es más fácil, sin embargo, porque a medida que pasan los años, una se vuelve (idealmente) más fiel a una misma y menos pendiente del qué dirán. ¿Que si importa? ¿Que si pesa? Y sí. Pero no paraliza.
Lo que continúa, lo que permanece — más allá de lo externo, es el constante descubrimiento y actualización de mi verdad. Y eso sí, es imperturbable.
Escuchaba a Javier Melloni (SJ) decir que hoy más que nunca debemos realizar, ponernos en acción, actuar. Frente al clima hostil, apocalíptico y de miedo que se esparce como fumigante, actuar con amor. Dejar de tener pensamientos amables, y comenzar a tener también acciones amables.
Usó una metáfora que me pareció muy significativa: con la muerte del Papa Francisco, en la plaza de San Pedro estaban reunidos todos los "capitostes depredadores del planeta", brindando su show para el mundo, y del otro lado —en Santa María Maggiore—, las personas de los márgenes recibiendo el cuerpo de una persona para que pudiese descansar en paz.
¿Dónde queremos estar?
¿En la plaza de San Pedro, o en las escaleras de Santa María la Maggiore acompañando y cuidando —en comunidad— la vida y sus ciclos?
¿Performance o vida?
Julio Chávez (un actor argentino) dice que todo es una actuación, hasta la manera en la que tomamos café. También leí que para quienes son artistas, toda la vida es una performance. Y este es un término que se usa mucho en el ámbito artístico, incluso en el ámbito arteterapéutico. Pero me parece interesante una de las acepciones (según la RAE): 'resultado obtenido en relación con los medios o el esfuerzo invertidos' o 'utilidad que rinde una persona o cosa'. Si la vida se vuelve performance (ya sea una actuación, representación, o la utilidad que somos capaces de rendir):
¿Dónde queda espacio para que la vida sea?
Me pregunto cuántas veces el decorado, la forma, nos distrae de lo esencial. El ruido, del silencio. La performance de lo que realmente importa. "Estar conectada con mi verdad" parece una frase de galletita de la fortuna, pero creo que cobra una relevancia fundamental para poder actuar en consonancia con la vida.
Hace unos días, mientras me reía de mí misma —intentando traer un poco de distensión a la cosa, a los problemas del siglo XXI— cambiaba mi handle de Instagram una vez más. Volví a poner mi nombre, casi como una manera de decir: acá estoy, con lo bueno y con lo malo, con lo que sé y con lo que no sé. Acá estoy, ya pasó.
No estoy en contra de las estrategias de marketing, ni de que las redes se usen para "vender". Sí estoy en contra de la manipulación, de las falsas promesas, y de un contenido tan curado que no se ve la humanidad detrás. Aprendí muchísimo en estos años, y me llevo cosas muy valiosas. No demonizo las redes, ni las distintas maneras de comunicar. Solo creo que nos falta espacio para que se revele esa humanidad.
Por eso este es mi intento de habitar este espacio virtual con autenticidad. Siento desde hace varios meses que algo en mi voz está cambiando, en mi percepción, en la manera que quiero escribir y compartir. Van a ser 10 años desde que me fui de Argentina: por más de que la nostalgia tanguera me acompañe, hay mucho que cambió. Y siento la necesidad y el deseo de honrar ese cambio.
Todo eso tiene que ver con estar más conectada, afinada, a mi verdad — porque si no, nada tiene sentido.
Hace unos días Gi Juliano compartió un reel de una entrevista a Sebastián Porrini, y cito sus palabras que resonaron en este momento para mí:
"Esta idea de que en el fondo yo puedo hacer y ser lo que quiera es lo más antitrascendente que existe. Soy lo que soy, descubro lo que soy y así descubro también lo que es el universo, yo no puedo ser lo que quiero ser o lo que deseo ser o demás, hay algo que me es dado (...) es confundir el derecho con la posibilidad caprichosa de querer hacer el mundo como yo quiero. Los símbolos están y se revelan, no los creamos nosotros, se revelan".
Hoy en día estamos invitados al banquete de la pseudolibertad: ser nuestra mejor versión, lo que queramos, donde queramos, con todo el dinero que queramos.
Pero es agotador intentar "ser lo que quiera". Porque el querer es tan volátil que un día es una cosa, y otro día es otra.
Y aunque "ser lo que soy" parezca reductivo, y muchas veces signifique ir por el camino más largo, es en ese camino que la vida se abre paso.
Y es una actitud que no significa pasivismo ni caer en un pensamiento mágico que nos lleve a aceptar injusticias o desigualdades. Es un acto que, más bien, requiere coraje: el de aceptar quién soy, intuir mi verdad — y actuar acorde.
Para que la vida sea vida, y no una performance.
Para que, como las huellas del caracol —cual registro silencioso— el camino se vuelva poema:
I lived once. Thank you. It was here.
Viví. Gracias. Fue aquí.
Cosas que me inspiraron últimamente
La entrevista a Javier Melloni sobre “La aventura colectiva”
El programa completo sobre lo que compartió Gi de Sebastián Parrini
En septiembre Liz Gilbert saca este libro que creo muchas esperamos desde hace tiempo. Creo que va a ser una gran lectura de otoño/primavera
Por influencia (de la buena) de Alessandro me volví fan de Pulp y hace unas semanas sacó este álbum nuevo que creo trae de vuelta unas vibes muy ochentosas:
Gracias por ser parte, que tengas un hermoso verano o invierno, depende del hemisferio, de los viajes internos, de la transformación.
Seguimos.
Ayelén
Qué lindo es el ritual de leerte cada inicio de una nueva estación Aye✨ gracias por tus palabras!
Qué bálsamo leerte en medio de tanta incertidumbre; preciosas reflexiones. De este lado pivotando una vez más, tratando de encontrar los senderos desde los que seguir compartiéndo(me). ¡Un abrazo!